CAMINA Y REVIENTA CINCO: COLOMBRES

22 de agosto, lunes

Ha llovido bastante durante la noche pero ya escampó. Desayunamos leche y galletas que compramos ayer y a caminar.

Recorremos algunas calles del pueblo hasta llegar a la muy saturada carretera N-634 avanzando por su arcén que resulta peligroso por el excesivo tráfico. Después de La Franca se deja el asfalto para tomar un camino paralelo durante unos pocos kilómetros y de nuevo la carretera. En Buelna, bonito caserío restaurado, hay un bar y toca almuerzo. Desde aquí existe una alternativa al itinerario oficial, se trata de un sendero de largo recorrido, el GR-E-9, que va bordeando la costa y nos permitirá dejar la carretera durante los 15 km que faltan hasta Llanes. Al principio nos acompaña Miguel que ha estado almorzando con nosotros, pero pronto se da la vuelta porque se aproxima una tormenta y no lleva equipo para protegerse de la lluvia.

Avanzamos por el GR bordeando playas y acantilados, entre prados donde retozan placenteramente vacas, caballos, asnos, cabras, ….., nos encontramos en los Bufones de Arenillas, declarados monumento natural, se tratan de chimeneas o grietas abiertas en la roca del acantilado conectadas con simas marinas. Cuando hay marea alta y el mar está fuerte, las olas empujan el agua con fuerza por el estrecho canal, formando en la superficie surtidores que parecen geisers y pueden superar los 20 metros de altura, produciendo un silbido o bufido característico que le da nombre. Pero en esta ocasión el mar está en calma y no podemos disfrutar del fenómeno.

Pasamos por el mirador del río Purón, luego unos prados donde pastan y abrevan unos caballos plagados de moscas y, seguramente, tábanos u otro tipo de insecto de potente aguijón que pican a Fernando en una pierna provocándole una reacción alérgica.

Atravesamos el río por un puente de madera y, al poco, estamos admirando la Playa de La Ballota. Aquí dudamos entre continuar por la carretera o tomar un sendero a media ladera hasta Llanes. Por la carretera habríamos llegado en un plis-plas pero elegimos el sendero que pasa por la ermita del Cristo del Camino y damos una vuelta increíble, aunque las vistas sobre el Cantábrico y Llanes son inmejorables.

Aparecemos en la Playa de Toró donde, por azar, estuvimos ayer. Nos reunimos con Miguel y nos acomodamos en el restaurante dispuestos a degustar de nuevo una fabada, cuando descubrimos que en una mesa de la terraza, casualidades de la vida, está nuestro compañero Joaquín con su mujer y unos amigos, así que anticipamos el saludo que le íbamos a dar esta tarde y quedamos para luego.

Arrastrando pesadamente la fabada aparecemos en el albergue particular de La Estación en el que Miguel ha reservado camas, dedicando un rato al aseo y a descansar. Luego marchamos a una sidrería del centro donde nos hemos citado con Joaquín que va a hacer de anfitrión.

Con él subimos al Paseo de San Pedro (1847) desde donde se domina el mar a un lado y la ciudad al otro. El paseo, cubierto de césped, tiene un kilómetro de largo por unos 10 metros de ancho, siendo su extremo oriental un mirador sobre el puerto, las playas y el casco antiguo, una verdadera delicia el conjunto.

Ya desde la Prehistoria se tiene constancia de actividad humana en el territorio de Llanes. En la Edad Media se llamaba Puebla de Aguilar y varios reyes (los Alfonsos IX, X y XI) le conceden diversos privilegios, la amurallan y trasladan aquí funciones administrativas y militares, siendo la agricultura y la ganadería la base de su economía, incorporándose la actividad pesquera en los s.XVI y XVII. Pasó por diversas manos y padeció dos grandes incendios hasta que en el s.XVIII declina su economía por las guerras y porque las gentes del mar marchan a servir en la Real Armada. Posteriormente, cae en manos de las tropas francesas lo que aumenta su declive, produciéndose una gran emigración a ultramar. Paradójicamente, el regreso posterior de algunos de estos indianos llaniscos que habían hecho fortuna, ayudó al resurgimiento de la grandeza de esta villa.

Joaquín nos acompaña por la zona vieja mostrándonos algunos de sus rincones hasta llegar al bar El Almacén, antiguo almacén de mercancías, donde, encima, nos invita a probar algunas de sus estupendas especialidades acompañadas de la rica sidra local. Después, paseando tranquilamente, nos arribamos al albergue quedando con Joaquín para mañana que quiere enseñarnos una original playa de interior.

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